"El problema del matrimonio es que se acaba
todas las noches después de hacer el amor,
todas las noches después de hacer el amor,
y hay que volver a reconstruirlo
todas las mañanas antes del desayuno."
todas las mañanas antes del desayuno."
El
matrimonio me parece una cosa espantosa. Se puede definir como dos personas que se juntan para destruirse voluntariamente por la vía legal. Permanecen juntos y
hasta aprenden a disfrutar su sufrimiento, unos acostumbrándose a la
infelicidad y otros a la infidelidad. Y luego piensan en lo afortunados que son
porque quién sabe cómo hubiera sido si el marido le pegara más fuerte, o si su
mujer tuviera otro hombre.
Claro está que abundan los pretextos. Uno se aguanta
por el bien de los hijos; por considerar el divorcio como un fracaso; o
simplemente para no darle el gusto a nadie de opinar mal sobre lo que tanto
esfuerzo y tiempo ha tomado aparentar: un matrimonio feliz.
Existe un miedo primitivo, oculto dentro de la
ilimitada paciencia hacia el cónyuge: el miedo al abandono. Vaya uno a saber si
piensan que panzones y calvos, viejas y arrugadas, ya nadie los va a querer. Me
resulta terriblemente triste creer que la razón por la que no han decidido alejarse
es por el temor de no encontrar lo que ni siquiera tienen en su propia casa. Y
no hablo de afecto o comprensión, sino de mero sosiego.
Es conocida la frase que dicen las personas mayores, a
manera de broma, al que anuncia que está próximo a casarse: ¿ya te cansaste de ser feliz? En ocasiones
más que una broma es un análisis de su propia experiencia o, en el peor de los
casos, una advertencia profética de su desgracia venidera; una desgracia a la
que nadie es inmune.
Según cifras del INEGI, en 2011 se registraron 570 mil
matrimonios y 91 mil divorcios en México, lo que quiere decir que hubo 16
divorcios por cada 100 matrimonios.
Da lo mismo saber estos datos o
ignorarlos, ya que cualquier persona puede equivocarse al elegir o al aceptar
ser elegido. Un día llegan las decisiones divididas, los celos injustificados, los
tiempos malos. El exceso de confianza es ahora falta de respeto. En lugar de
quedarse a hacer el amor otra vez con su mujer, aunque llegue tarde al trabajo,
pide horas extras para no llegar tan temprano a la casa, o cárcel, como le gusta bromear cuando se despide de sus risueñas
compañeras de oficina.
Los que tienen mayor nivel de estudios se inclinan por
postergar un poco más el matrimonio. Estas personas no siempre hacen una buena
reflexión al respecto, sin embargo, su grado de percepción les permite adivinar
que su margen de error será mínimo. Antes de que el padre los declare marido y
mujer, y dé autorización de besar a la novia, tuvieron que haber hecho el amor
a conciencia, evaluando si eso que se siente al acostarse va a ser más fuerte
que los problemas económicos que tendrán. Y si creen que el matrimonio es cosa
sencilla seguramente es porque no han visto a sus abuelos besarse sin dientes.
Habría que hacer un análisis profundo
sobre los motivos por los que la gente decide casarse; crear un concepto más
acertado del matrimonio, porque, al final, están igual de equivocados los
matrimonios que comparten su escepticismo a los todavía felices, así como los enamorados que imaginan la vida
juntos con un optimismo desmedido.
Algunos siguen el ejemplo de sus padres, y deducen que
casarse es tan natural como morirse. Otros lo hacen para no quedarse solteros,
quizá porque se reconocen con una personalidad insoportable que consideran
prudente compartir con alguien más.
Quien lo hace por tradición familiar o por miedo al
celibato, no sólo carece de un espíritu autocrítico, sino que también tiene una
pobre definición del amor.
El matrimonio me parece una cosa
espantosa. Hay días que llego a la casa con el corazón deshojado, testigo de tantas
familias arruinadas. Entonces pienso qué voy a hacer yo cuando me case, si es
que esa tragedia maravillosa llegara a ocurrirme. ¿Podré serle fiel a mi
esposa? ¿Podré mantenerla enamorada de mí para que no me engañe? ¿Seré capaz de
hacerla llorar de rabia? ¿Será capaz de soportarlo? Y en caso de que no, ¿seré
capaz de soportar el abandono de mi Diosa Coronada?
Después
oigo a mis papás platicar y reír, contarse su día. Sólo entonces me duermo
tranquilo, como si las risas que escucho en el cuarto de al lado fueran una garantía
de mi futura felicidad.
(Publicado en el suplemento Autonomía, de La Jornada Aguascalientes, en 2013)