viernes, 12 de febrero de 2021

El trueque arbitrario

Ríes a carcajadas por un chiste bobo que lanzo sin esperanzas y que encuentras único e hilarante. Mi risa se une a la tuya y hace que nos duela el abdomen, y ambos sabemos que el dolor sería insoportable -maravillosamente insoportable- si al otro se le salieran las vísceras, los mocos, un pedo.

Lloras como si estuvieras sola, a lágrima viva, y por un momento me haces dudar de mi existencia hasta que descubro que mis brazos te rodean, te envuelven, que mis labios te besan la frente, los ojos, la boca. Y qué afortunado me siento entonces de estar vivo, de tenerte cerca, de mirarte el alma. 

Esta fortuna de la que hablo es culpa tuya. Cada milagro cotidiano del que soy testigo pasa primero por tus ojos, y desde que te conozco estoy obligado a mirarlos y admirarlos. Tú, en cambio, tienes la libertad condicionada de ciertas aves.

Amo cada una de tus elecciones diarias: la ternura con la que persuades al ejército rebelde de tus cabellos y tu paciente aceptación del resultado; el vestido y la blusa que elijes, o cuando la pijama te ampara todo el día. Amo la manera en que me miras y me escuchas, a pesar de la sombra del monstruo ojeroso y gruñón que me acompaña. Amo dormir a tu lado, que cierres los ojos y decidas todavía soñarme.

Este amor del que hablo no es una consecuencia de actos generosos y desinteresados de mi pasado, sino que tiene origen en la naturaleza de tu corazón transparente, cuyas ramas y raíces adquieren la cualidad de Hidra de Lerna. 

Acepto el amor que me ofreces, que no merezco, y a cambio te doy todo aquello que no te hace falta: mis miedos, mis silencios, la mitad más iluminada de mi corazón, mi diente postizo, estas palabras.

Este trueque del que hablo no es justo, y lo sabes, y no te importa.

Gracias por tanto, Raquel.

lunes, 1 de febrero de 2021

Algo sobre Dios

No sé si todo es dios,
 no sé si algo es dios.
Roberto Juarroz

Debajo de la piedra que tiene tu nombre
estás tú, tus huesitos carcomidos.
Detrás de la nube en forma de nube
estás tú, hecha de luz.

Tienes la misma edad
desde hace más de treinta años.
Has visto a Dios envejecer,
perder la vista, el rumbo, la memoria,
orinarse encima sin sentir vergüenza,
olvidar la fecha del fin del mundo,
quedarse sordo o dormido
cuando abusaron de mi esposa de niña.

Acaso el parkinson le impida
señalar al responsable,
condenarlo, hacer justicia,
escribir un onceavo mandamiento.

Bien sé que Dios no tiene la culpa
de todo lo malo que pasa en el mundo,
ni es responsable tampoco
de todo lo bueno.

No estamos enojados, Kenia, 
estamos confundidos.

¿A quién agradecemos entonces
la enorme luna llena
que vimos hoy?