decidí postergar la madurez.
Regresé a la pradera de la infancia,
me acosté bajo un árbol
me acosté bajo un árbol
y te vi crecer.
Ya quedó atrás el tiempo
en el que te asombraba
mi dominio de la tabla del tres,
o que tuviera las respuestas
a todo lo que querías saber.
Ahora llegas
con tus tareas de álgebra
que no entiendo y que me explicas
una y otra vez.
Ahora yo soy el que pregunta
cuando quiere saber qué significa
alguna palabra en inglés.
He dejado, incluso,
de inventarte historias,
por miedo a que me contradigan
los libros e internet.
Por fin tenemos la misma edad.
No sé qué va a pasar después.
Te propongo
quedarnos aquí un rato más
mientras te explico
por qué se hacen amarillas
las hojas de este árbol,
¡pero me tienes que creer!