viernes, 13 de noviembre de 2020

Cuando te hayas ido
voy a tomar tus manos,
tus manos que hacen flores,
tus manos donde nazco,
tus manos-gaviotas, inchadas de música,
tus blancas manos,
y las besaré como nunca hice
en tu presencia.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Ocho cincuenta

I

Después de más de 25 años de trabajar en Office Depot, mi papá por fin se jubila. Empezó como auxiliar y al pasar de los años lo promovieron a jefe de piso, supervisor, subgerente y gerente. 

Desde que tengo memoria, nunca nos faltó qué comer, pero sería injusto atribuirle sólo a él el mérito como proveedor. Que rindiera la comida, en ocasiones tuvo mucho más que ver con la multiplicación de panes y peces que hacía mi mamá, que con el sueldo de mi papá. 

De niño yo ignoraba los milagros y el sudor que implicaba un plato de comida, una ida al zoológico, el nuevo G. I. Joe. Mis únicas preocupaciones eran conocer qué películas pasarían el próximo sábado en Cine Permanencia Voluntaria, de Canal 5, y estar enamorado de lunes a viernes. 

Todavía conservo un diario que escribí cuando tenía diez años, en donde registré todas las películas que vi entonces, y el amor no correspondido que sentía por Elba, la niña de la escolta que me gustaba.

Recuerdo que un día me acerqué al lugar donde se sentaba ella y le regalé un conejo de peluche y una tarjetita que decía algo así como "tú eres mi mundo", y que tenía un dibujito del planeta tierra. Elba tomó sus regalos, se levantó y se los entregó a la maestra para acusarme. Yo no insistí más, quién sabe si por decisión propia o por falta de oportunidades, porque después de ese día ella trataba de evitarme. 

Un día, Elba me saluda. Todo el amor que creí haber olvidado, regresa de golpe y multiplicado.

-  Oye, tu papá trabaja en Office Depot, ¿verdad?.
-  Sí. 
- Me puedes decir cuánto cuestan 100 lápices. 
- No te preocupes, te los regalo.
- No, no, yo los compro.
- No, de verdad, te los regalo.

Camino a casa experimento una felicidad anticipada: finalmente podría darle a Elba un regalo que aceptaría. 

Cuando llegué a contarle a mi papá mi infalible plan y cuál era su tarea, él me contestó que no podía comprármelos, y compartió conmigo el precio por caja. Yo no podía creer que mi mejor amigo, quien siempre me escuchaba y me aconsejaba, me hiciera tal desplante. 

Al día siguiente los papeles se invirtieron en la escuela: ahora era yo quien se escondía. El encuentro en "la cope" fue inevitable. Ella volvió a saludarme pero yo no volví a sentir el amor desmedido. Sólo me limité a contestar: la caja de doce lápices vale ocho cincuenta. Y corrí mientras ella sacaba cuentas. 

II

Cuando mi papá empezó a trabajar en Office Depot, yo tenía nueve años y Karla, cuatro. 

Él nos llevaba en bicicleta a la primaria y al kínder, respectivamente, antes de irse a trabajar. Años después, cuando vivíamos en el último piso de un pequeño departamento en Guadalajara, nos pide que vayamos al patio y nos asomemos a la ventana. Me entero no sólo de que había comprado un carro azul, sino de que siempre habíamos tenido un lugar de estacionamiento. 

Gracias a su trabajo constante, iniciativa, lealtad y entrega en Office Depot, soy. Terminé la primaria y la secundaria. Mi papá me compró mi primera patineta, mis primeras latas de aerosol, mis primeros Vans, mi primera computadora. 

Cuando nació Nikesha, cuando me rompí los dientes en bicicleta, cuando me expulsaron de una prepa, cuando me gradué del Castelazo y después decidí irme de misionero de mi iglesia dos años a Chihuahua, cuando regresé y comencé a estudiar Comunicación, cuando Karla quiso estudiar Teatro en Guadalajara, cuando me enfermé y mi mamá me donó su riñón, cuando Karla se casó con Édgar, cuando tuve mi segundo trasplante renal, cuando decidí casarme con Raquel, cuando Nikesha decidió hace unos meses estudiar Comunicación (pese a tenerme como ejemplo), cuando todo eso, mi papá trabajaba en Office Depot. Toda su vida trabajó para que nosotros pudiéramos ser, y somos gracias a él.

Ayer, en su primer día como jubilado, le hicimos una comida y pegamos unos globos rojos y blancos a manera de adorno. Cuando él bajó y vio el pequeño detalle, se le hizo un nudo en la garganta. Y como está comprobado que cuando uno escribe, las cosas trascienden un poco más en la memoria -como el nombre de una niña que me gustaba y el precio de la docena de lápices en 1996- quisiera escribir lo mucho que amo y admiro a mi papá, que sigue siendo mi mejor amigo.  Quisiera recordar siempre su gran ejemplo.