sábado, 23 de octubre de 2021

Impunidad

I
Mi esposa no lo entiende. Es el sentido de justicia el que me obliga a hacer sonar el claxon, bajar la ventanilla y alzar la voz o el dedo mayor de la mano izquierda. Acto seguido, ella deja de hablarme, incluso si estaba a mitad de alguna anécdota. Le pido amablemente que continúe, pero lo único que hace es cruzarse de brazos y mirar a cualquier otro lado hasta que llegamos a nuestro destino.

Ella no lo entiende: si alguien se pasa la luz roja, se mete en sentido contrario, tira una bacha por la ventanilla, se cambia de carril sin activar sus direccionales o mirar su espejo retrovisor, mi deber es educar a esa persona, y la única forma efectiva de lograrlo es incomodarla, evidenciar su falta. 

Bien sé que estas acciones no garantizan la introspección y el cambio que la persona imprudente debe realizar. Mi esposa compartió ese argumento las primeras veces que me vio vociferar. Yo le contesté que dejarlo pasar sería no ejercer nuestro derecho a la libre expresión, ser cómplice de un delito y, por si eso no fuera bastante, validar y perpetuar las malas prácticas viales. Quién sabe, le comenté una vez, si al mentarle la madre no estamos salvando la vida de los perritos callejeros, la de los ciclistas universitarios o, incluso, su propia vida. 

(Un golpe bajo lo de los perritos, si tomamos en cuenta que hace poco encontró a orilla de la calle a uno malherido que terminamos por adoptar).

Mi esposa no entiende mi inquebrantable compromiso con la justicia, ni yo el desproporcionado castigo de sus silencios.


II
Ayer encontré una manera de ofender a mi prójimo sin que mi esposa se dé por enterada. 

Ella me hablaba sobre una película que había visto con su mamá el fin de semana mientras yo ya advertía a un carro estacionado en doble fila, en el que un padre ejemplar esperaba a que su querubín saliera de la escuela. 

Cuando pasaba a su lado, hice sonar el claxon, extendí el brazo por detrás del asiento de mi esposa, levanté, cordialmente, el dedo cordial (esta vez el de la mano derecha) y, haciendo un ligero movimiento circular con la muñeca, lo volteé a ver con una sonrisa. 

Le miento la madre y al mismo tiempo le miento a mi esposa. ¿Quién era?, me pregunta. Un amigo de la prepa, le digo. Una mentira para evitar otra historia a medias. Una mentira para salvar nuestro matrimonio.

Añado, para retomar la conversación: ¿Entonces el hombre vive escondido al lado de su casa y nadie lo descubre?

Pronto descubrirá el engaño. Soy un hombre introvertido. No conozco a tantas personas.