jueves, 24 de septiembre de 2015

Tiempos de angustia

La semana pasada me realizaron una biopsia renal con el fin de obtener un estudio más detallado sobre el funcionamiento de mi riñón. Hubo algunas complicaciones y estuve internado algunos días, más de lo que mi tristeza soporta en esos lugares. Sin embargo, no bien se corrió la noticia de mi condición, amigos y familiares (a estas alturas, un pleonasmo) se pusieron en contacto conmigo para saber cómo estaba.

Pude sentir el amor de Dios a través de sus mensajes y oraciones. Sin ellos, y sin la fe y el cuidado de mis padres y hermanas, quizás me la hubiera pasado malhumorado todo el tiempo, y mis conversaciones con Dios serían más para quejarme que para agradecerle. 

Como si no tuviera ya bastantes muestras de cariño, la señora que cuidaba al enfermito de al lado, después de preguntar mi nombre, me informó que su hijo estaba en un grupo juvenil católico y que ya le había dicho que en sus reuniones pidieran también por mí. Al día siguiente otra señora hizo una oración, poniéndome sus manos en el pecho y la cabeza, mientras yo, por indicación de ella, repetía sus palabras. Un amigo de mi papá le dijo que conocía a un cura, y que iba a pedir que ofrecieran una misa por mi pronta recuperación. Y claro, los misioneros de mi iglesia me visitaron y me dieron una unción.

Agradezco también a todo el personal médico por sus atenciones, cuidado y trato siempre amable que tuvieron conmigo durante esos días.

Ya estoy en casa, estable, y la próxima semana regreso al trabajo. A veces pienso que la cosa que me pasó no fue para tanto, porque nunca estuve moribundo. Sólo fue un momento de incertidumbre. Y aún así, el amor apareció con un sinnúmero de nombres y rostros.

Gracias a todos por su preocupación, empatía, servicio, llamadas y visitas. Por su amor.

Ustedes hacen vigente la escritura de Proverbios 17:17

"En todo tiempo ama el amigo,
y es como un hermano en tiempo de angustia."