sábado, 14 de octubre de 2023

Una historia para redimirme

Mi abuelita Tere murió mientras le lavaban el cabello y se llevó casi todos los recuerdos que tengo con ella. Me queda una foto donde me tiene entre sus brazos y me da un poco de pastel en mi primer cumpleaños. Seguro hubo otros momentos que he olvidado y que no podré recuperar. ¡Cuántos recuerdos míos, nuestros, dejé ir!

Qué ingrato. Muere mi abuela y sólo pienso en lo que pierdo yo. Es mi deber contar una historia para redimirme:

Tere y Geño son panaderos y viven en Tapalpa, Jalisco. Al ser el primer hijo de su primogénito, tengo su cariño asegurado. No hace falta que sea ocurrente, simpático o tierno, ellos me quieren y me alimentan. La gente toma las tenazas y las charolas, elige su pan, se forma, paga, se va; yo agarro las campechanas  apenas les terminan de poner el azúcar y las devoro sin cuidado de ensuciar el piso, todos me miran, qué lindo, ¿quieres más? Asiento con la boca llena y sonrío, entrecerrando los ojos, porque sé que les gusta que lo haga y no quiero que se queden con las ganas de festejarme.

En la adolescencia paso unas vacaciones con mis abuelos y me enseñan el oficio, pero tengo manos torpes para amasar y me da vergüenza repartir los panes con la canasta en la cabeza. Trabajara o no trabajara, cuando tenía que regresar a casa mi abuelita Tere siempre me daba dinero, y cuando no tenía me decía perdón, mi niño, no traigo mi bolso, y yo todo bueno la perdonaba porque la quería. 

Dos semanas antes de que muriera, fuimos a verla a ella y a Geño, que cumplía 90 años. Y comimos birria, y los abracé, y vi a papá feliz, como niño, acompañándolos. 

***

Hablo de mi abuela también para contar algo sobre mi papá.

Ese día, mi papá y yo habíamos ido por la mañana la hospital para ver si nos daban medicamentos para mi riñón. Mientras esperábamos juntos, me contaba sobre su madre.

Quizás mi papá me hablaba sobre mi abuela mientras a ella le lavaban el cabello. Esta imagen me conmueve: un hombre que piensa en su madre, poco antes de que ésta muera, mientras acompaña a su hijo en el hospital.

Cuando nos enteramos, vi a mi papá muy triste y confundido, como niño. Yo sólo atiné a abrazarlo fuerte, fuerte como si eso conjurara las desgracias y él ya no pudiera morirse.

Más tarde otra imagen me conmueve: en el velorio, ese niño confundido está sentado entre su papá y su hijo, y le confiesa a éste que no debe llorar porque su papá podría necesitar a alguien que lo consuele.

(Es tan bueno mi papá que va a sentirse muy triste por no poder acompañarme cuando le llore).

A Doña Tere la enterraron en el mismo lugar donde Kenia, mi hermana, que murió hace más de treinta años. Hoy cumplimos un mes sin mi abuelita. Y yo le voy a estar eternamente agradecido por su cariño y por darme al mejor papá del mundo. 








No hay comentarios.: